
Nuestro afamado caballo miccionando detrás de un seto
Corría el año 30 del primer milenio de nuestra era, cuando un viajero judío que abandonaba Jerusalén se encontró en su camino a un rico comerciante romano que miraba atónito a su caballo muerto en el suelo. Tenía este la lengua fuera y sus tripas como absorbidas, semejantes a un globo desinflado.
COMERCIANTE:
¿Qué le ocurre buen hombre? ¿Qué le ha pasado a su montura?
ROMANO:
Debe de ser algún problema de gases… Ya verás cuando pille al que me vendió esta caballeriza…
El criado del ROMANO que montaba en burro precisó:
CRIADO:
No sea así amo, ya nos advirtió que este caballo digería muy mal la hierba de Judea, y que como había sido muy bien domado, solo procedía a soltar ventosidades, cuando se hallaba solo, de noche, y nadie le miraba…
ROMANO:
¡Malditos caballos domados! ¡Hasta cuando miccionaba se ponía detrás de un seto! ¡Y si osabas cogerle de las riendas te soltaba una coz! ¡Volveré a por ese desgraciado vendedor de mulas con patas y le enseñaré que a los caballos, por Dios, no se les enseña modales!
CRIADO:
Señor, así nunca llegaremos a Alejandría. Y demasiado tiempo estamos perdiendo al ir por tierra y dar estos rodeos…
ROMANO:
Según me dijo la pitonisa Augusta, ahora es el mejor momento para visitar esta zona, dijo no sé qué de unas guerras y de una invasión de una especie de animal raro e infeccioso llamado “turista”. Ya sabes que no doy un paso sin consultarla a ella…
COMERCIANTES:
Deducimos que se dirigen a visitar Jerusalén ¿no es así?
ROMANO:
En efecto, esa era la intención, hasta que los gases nos la estropearon. ¡Los gases, los gases, siempre son los gases!
COMERCIANTES:
Están muy cerca de Jerusalén, a apenas cinco mal pasos gentiles. Le podemos prestar un caballo, amable señor, que da la casualidad de que nos sobra…
ROMANO:
Mmmmmm ¿No estará educado?
COMERCIANTE:
No señor, ni lo más mínimo. Es un corcel medio salvaje con muy malos modos, y muy guarro. Es más, cuando nota que alguien le acaricia por toda respuesta lanza un escupitajo.
ROMANO:
¡Brillante! ¡Magnífico! ¿No será una pura sangre?
COMERCIANTE:
Mucho menos, su yegua madre era muy suelta, y hasta tres caballos diferentes reclamaron su paternidad…
ROMANO:
¡Excelente! Fue de ese mismo modo como seleccioné a mi criado, pero al contrario del equino ninguno reclamaba su paternidad, y al final me vendieron al muy desgraciado por dos monedas de plata.
COMERCIANTE:
Muy buen precio pagó usted por él. Es lo mismo que le pienso cobrar por llevarle a Jerusalén…
ROMANO:
¿Pero qué me dice? Yo creía que usted era un buen samaritano…
COMERCIANTE:
No, no, para nada… Los buenos samaritanos están en el camino de al lado…