
Corredores en San Fermín
Decían los antiguos griegos que los amados de los dioses siempre mueren jóvenes. Este es el caso que nos acontece, un joven mozo que no llegaba a la treintena fue el viernes literalmente fulminado por un toro con nombre de café: “capuchino”. Sin duda ha sido un buen mazazo para otros corredores, que ahora se lo piensan dos veces antes de ponerse a bailar entre pitones “archifinos”, que como agujas se clavan en la carne igual de ágiles que en un globo y su vida se desinfla igual de rápido que en este.
Han tardado poco la cadena de buitres, digo de televisión que emite los encierros en reclamar la exclusiva. Y en mostrar las imágenes donde se le escapa la vida. Donde se ve como está agachado y el toro como si de una bala se tratase pasa al lado y le fulmina, pareciendo más un francotirador que una masa de media tonelada de puro músculo.
Los toros es lo que tienen. Que casi nunca muera nadie no significa que no pueda morir. De ahí el encanto, la magia de jugarte el gaznate, su formidable belleza y el salto en el corazón cuando alguien resulta cogido. No hablo de oídas, he visto como a gente se le iba la vida a unos metros de mí. El todopoderoso hombre reducido a trapo ante tan bravo animal.
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