
Incauto firmando el seguro
¿Saben una cosa? Tengo carnet. Me refiero al carnet de conducir. ¿Y qué? –se preguntarán-. El noventa por ciento del mundo lo tiene. Pues oiga, ese es el maldito problema, desde que me lo he sacado no sé qué hacer con él. Lo subasto, lo vendo al mejor postor. Creo que en estos tiempos hay más gente con el carnet de conducir, que con el carnet de identidad…
-¡Imposible!- me dirán. Pero si para el de conducir es necesario el primero. Es más, el de identidad es otorgado nada más nacer… Ustedes dirán misa y luego la cantarán en gregoriano, pero yo les digo que una cosa es tener carnet y otra muy distinta es tener “identidad”. Y quien quiera darse por aludido que se dé. Por esa misma regla de tres una cosa es tener carnet de conducir, y otra muy distinta es “conducir”. Y obviamente aquí el escriba por no coger, no coge ni el volante de la videoconsola.
El caso es que tras dos meses de papeleos, exámenes y apoquinamiento extremo (las tasas dejaron mi cuenta bancaria temblando, que para eso si que tienen prisa los cabrones) conseguí el carnet. El día después de que el examinador (por cierto era más serio que el Jefe Indio Caballoloco) me estampase el sello de APTO, me presente en mi compañía de Seguros. Contento, dispuesto a firmar mis últimos papeles burocráticos y salir de allí mismo “motorizado”.
Sigue leyendo