
Es jodido saborear la traición, derrota y humillación...
No quería abandonar el año sin un último escrito, sin una última valoración sobre este ciclo que abandonamos, y que quedará definitivamente enterrado en uno de los abarrotados cajones de la memoria. Por si acaso y para no caer en el olvido periódicamente escribo artículos, con la esperanza de que en la vejez pueda recuperar estos años que jamás volverán.
Es una verdad dolorosa, pero el tiempo pasa y con él las oportunidades. Será cuestión de las fechas en que nos encontramos pero tengo la angustiosa sensación de tirar la vida. De estar dedicando mi tiempo –ese que jamás volverá– a castillos de naipes, a molinos de viento que susurran ser gigantes. La tengo desde que descubrí como ya nos informara Haruki Murakami, que la universidad estaba para aprender que las cosas verdaderamente importantes no se aprenden en la universidad.
Este lapso que por fin cierro ha sido con toda probabilidad el año más duro de mi vida. Pero quizás por ello el mejor y el más revelador. Ha sido el punto y aparte en muchos terrenos. Pero quizás el más enfangado haya sido el sentimental. Es sin dudarlo un instante, el más doloroso.
Es jodido saborear la traición, derrota y humillación varias veces en un año. Es como cuando la boca te sabe a sangre después de una pelea que acabas de perder. Al fin y al cabo el amor la mayor parte de las veces consiste en eso: en saber perder. Como al ganar no me quejo, tampoco lo haré al perder. Esa ha sido mi filosofía. Pero no puedo evitar pensar que hasta el momento solo he perdido. Por un lado eso me desamina pero por otro lado más grande, me anima. Y es que sin dudarlo ni un segundo la victoria está más cerca. Estoy un paso más cerca.
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